martes, 8 de diciembre de 2015

VIDEOJUEGOS

Final Fantasy XIII
Una de las cosas favoritas que dicen los que alaban un mal guión para defenderlo es que los que lo criticamos “no lo hemos entendido”. Pues bien, en este caso debo reconocer que es rigurosamente cierto. No he entendido Final Fantasy XIII, y estoy convencido de que los que dicen haber entendido ese despropósito van de farol. Soy consciente de que la saga Final Fantasy despierta mucho amor desmedido, pero hasta los entusiastas más acérrimos tienen que reconocer que la historia de esta entrega en concreto es sencillamente absurda.
Jugar a Final Fantasy XIII es como si te hacen salir de fiesta con un grupo de personas supermodernas, vigoréxicas y muy aburridas a las que no conoces pero que actúan como si fueras uno más del grupo y siguen las conversaciones a su aire. Después de horas de no entender nada, descubres lo que está pasando y es casi peor, porque las motivaciones de los personajes no tienen ningún sentido. Terrible.
Heavy Rain
Desconfío de los que dicen que quieren elevar su profesión a la categoría de arte, y David Cage me parece uno de esos fraudes elevados a la categoría de visionarios. La cima de su carrera es Heavy Rain, el equivalente en videojuegos a 50 Sombras de Grey. No hay que buscarle ningún sentido a la historia. Lo importante son los sentimientos de los personajes.
Solo que los personajes, surgidos de lo más profundo del valle inquietante, tienen la empatía de un ladrillo, y no cambian de cara así estén afeitándose, luchando por su vida o sufriendo tortura. La historia tiene ínfulas de gran producción de cine negro, pero el guión, las “interpretaciones” y la odiosa mecánica de juego echan al traste cualquier intento de disfrutar de Heavy Rain. Es de los pocos juegos en los que he llegado hasta el final a mala leche solo para poder ensañarme con él con datos en la mano. Y sí, me la trae floja que ganara un Bafta a la mejor historia. No puedo entender como ganó un premio con semejantes agujeros en el guión. Quizá el punto de partida sea bueno, pero todo lo demás es un creciente ejercicio de frustración.

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